Paisaje Nevado
El campo completamente nevado, con las encinas como pintadas de blanco, parecía una estampa de las que venden por Navidad.
Me hizo recordar, cuando en mi niñez íbamos a la escuela y unos grandes carámbanos de hielo colgaban de los tejados. Hace años que no se ven. No sé si será el cambio climático o no, pero lo cierto es que el tiempo es diferente, distinto.
También recordé el privilegio que suponía que la maestra, doña Teodora, eligiese a los dos alumnos que se encargarían de preparar la estufa de serrín que nos calentaría. Cada mañana, nada más entrar en el aula, tiritando de frío las más de las veces, tapados hasta las cejas, íbamos ocupando nuestros sitios. Entonces ella nombraba a dos de sus alumnos. Los nombrados deberían realizar todo el proceso de cargar la estufa de chapa, colocando un palo grueso y redondo en el centro, esto formaría el tiro, y rellenando con serrín todo el interior, apretando con otro palo de forma maestra, consiguiendo el punto exacto de presión del serrín, si demasiado apretado la estufa “no tiraba” y por lo tanto no ardía y no nos podríamos calentar; si demasiado flojo, el aula se llenaba de humo y tampoco nos podríamos calentar.
Como en tantas cosas en la vida, los había entre nosotros que éramos malos o muy malos realizando esa tarea. Mientras otros eran buenos o muy buenos realizando la misma tarea. Pero doña Teodora, nombraba a todos con una regularidad, que tal parecía que una lista en su memoria, supiese el orden de actuación de cada uno. Todos realizábamos la tarea cada cierto tiempo, pues entonces los inviernos eran muy largos.
Aprendimos con el tiempo, fueron varios los años con la misma maestra, los alumnos que eran auténticos maestros rellenando la estufa. Todos lo agradecíamos, especialmente si el día era muy frío, pues el calor que daba la estufa resultaba muy agradable, incluso parece que se aprendía mejor.
También aprendimos que otros no lo hacíamos demasiado bien, lo cual provocaba inconvenientes, molestias y gran cantidad de toses por el humo. Esa mañana se trabajaba menos, pero aprendíamos mucho. Aprendimos a comprender y disculpar a los que no hacemos las cosas de forma perfecta. Porque lo importante es realizar la tarea y no tanto los resultados brillantes. Importa la ilusión con la que se hace cada cosa a lo largo del día. Luego los resultados serán unos u otros y las consecuencias, las que asumiremos, también.
El campo completamente nevado, con las encinas como pintadas de blanco, parecía una estampa de las que venden por Navidad.
Me hizo recordar, cuando en mi niñez íbamos a la escuela y unos grandes carámbanos de hielo colgaban de los tejados. Hace años que no se ven. No sé si será el cambio climático o no, pero lo cierto es que el tiempo es diferente, distinto.
También recordé el privilegio que suponía que la maestra, doña Teodora, eligiese a los dos alumnos que se encargarían de preparar la estufa de serrín que nos calentaría. Cada mañana, nada más entrar en el aula, tiritando de frío las más de las veces, tapados hasta las cejas, íbamos ocupando nuestros sitios. Entonces ella nombraba a dos de sus alumnos. Los nombrados deberían realizar todo el proceso de cargar la estufa de chapa, colocando un palo grueso y redondo en el centro, esto formaría el tiro, y rellenando con serrín todo el interior, apretando con otro palo de forma maestra, consiguiendo el punto exacto de presión del serrín, si demasiado apretado la estufa “no tiraba” y por lo tanto no ardía y no nos podríamos calentar; si demasiado flojo, el aula se llenaba de humo y tampoco nos podríamos calentar.
Como en tantas cosas en la vida, los había entre nosotros que éramos malos o muy malos realizando esa tarea. Mientras otros eran buenos o muy buenos realizando la misma tarea. Pero doña Teodora, nombraba a todos con una regularidad, que tal parecía que una lista en su memoria, supiese el orden de actuación de cada uno. Todos realizábamos la tarea cada cierto tiempo, pues entonces los inviernos eran muy largos.
Aprendimos con el tiempo, fueron varios los años con la misma maestra, los alumnos que eran auténticos maestros rellenando la estufa. Todos lo agradecíamos, especialmente si el día era muy frío, pues el calor que daba la estufa resultaba muy agradable, incluso parece que se aprendía mejor.
También aprendimos que otros no lo hacíamos demasiado bien, lo cual provocaba inconvenientes, molestias y gran cantidad de toses por el humo. Esa mañana se trabajaba menos, pero aprendíamos mucho. Aprendimos a comprender y disculpar a los que no hacemos las cosas de forma perfecta. Porque lo importante es realizar la tarea y no tanto los resultados brillantes. Importa la ilusión con la que se hace cada cosa a lo largo del día. Luego los resultados serán unos u otros y las consecuencias, las que asumiremos, también.