Las matemáticas están hechas de sueños
Clarín.com
Por: Pablo Amster
Fuente: MATEMATICO (DOCENTE UBA, INVESTIGADOR CONICET)
Hace unos años me pidieron que diera una charla a un grupo de alumnos de secundario interesados en estudiar matemática. Comencé contando una historia que se encuentra en algunas versiones de Las mil y una noches, en la tradición talmúdica y en Borges.En El Cairo, un hombre sueña con una voz que le dice: "Ve a la ciudad de Isafán, busca la mezquita y hallarás un tesoro. Emprende el viaje, pero es atacado por bandidos. Llega a Isafán sin un centavo; la mezquita del sueño es una guarida de ladrones. Pasa la noche allí, pero aparece la policía y lo lleva ante el cadí (juez). El magistrado se burla de él: "Eres un ingenuo. Yo mismo he soñado que debo ir a El Cairo y buscar una casa, en cuyo jardín hay una fuente, un cuadrante solar y una higuera, y debajo de ella un tesoro. No le presté atención, y tu presencia me confirma que estaba en lo cierto. Toma este dinero, regresa a tu país y cuídate de creer en los sueños". El hombre vuelve a su casa; al entrar, se dirige al jardín y bajo la higuera, cerca de la fuente y el cuadrante solar, encuentra el tesoro. El matemático Ivar Ekeland relaciona esta historia con algunos aspectos de la teoría de juegos: en determinadas ocasiones, todos los jugadores sienten que su decisión es la mejor entre todas las alternativas posibles. En el cuento, cada uno de los personajes entiende los hechos a su manera y se puede vanagloriar de la decisión que ha tomado: el cairota, pues al cabo de su viaje obtiene la información que le indica dónde debe buscar. Y el cadí, porque se queda pensando en los tontos que creen en sus sueños. Pero el lector sabe quién es el tonto: el jactancioso incapaz de ver lo que está a la vista.Podríamos salir en defensa del cadí: seguramente goza de una buena situación económica en Isafán; ¿qué necesidad tiene de emprender una aventura loca en busca de un supuesto tesoro? Es más interesante pensar en el otro hombre, que recorrió medio continente en busca de un tesoro para finalmente hallarlo en su propia casa.A veces es necesario alejarse un poco para ver lo que uno tiene ahí cerca, bajo la higuera. O tal vez el auténtico tesoro sea el viaje: al retornar a su casa, el hombre comprueba que ha aprendido muchas cosas. Su viaje le hizo crecer espiritualmente y descubrir que cien pájaros volando valen mucho más que uno en mano, pues la mayor belleza de los pájaros se encuentra en su vuelo. Así lo entendió también Clarice Lispector, aquella adorable escritora brasileña nacida en Ucrania: "Tomar un pajarito en el cuenco medio cerrado de la mano es terrible. Despavorido agita desordenada y velozmente las alas (...) A los pájaros los quiero en los árboles o volando pero lejos de mis manos".A mi modo de ver, la historia se conecta con la matemática de una manera aun más profunda que la propuesta por Ekeland. Porque, en el fondo, ¿qué es la matemática? No es fácil definirla: casi todo el mundo la supone una ciencia, pero hay quienes dicen que se trata de un arte, o tan sólo de un lenguaje. A partir de la historia de los "dos que soñaron" (así la llamó Borges), podemos ensayar una nueva definición, o más bien una forma de ver la matemática, de vivirla. Para mí la matemática es el resultado de dejarse llevar por un sueño. Claro que eso a veces implica soportar penurias y atravesar algunos desiertos. Pero quienes nos dedicamos a esto sabemos que, tal como en el cuento, la aventura vale la pena. La matemática está llena de pájaros volando. Se le suele tener respeto, quizás demasiado: algunos llegan a sentir miedo, aversión, o incluso odio. Sin duda existen razones para que esto ocurra, y tal vez sea tiempo de intentar cambiarlo. A mí me gusta pensar que la matemática ayuda a mirar las cosas de otra manera: al igual que Clarice, yo también quiero a los pájaros lejos de mis manos.