viernes, 30 de enero de 2009

DIARIO DE UNA MAESTRA ONLINE

Jugar es Aprender (II)

El otro juego recordado, lo hacíamos en verano. Al final de esas largas tardes de verano, después de venir de la piscina, único veraneo permitido para la mayoría de nosotros. Cuando comenzaba a ocultarse el sol y la noche avanzaba lentamente hasta hacerse completamente dueña del espacio y casi del tiempo. Lo llamábamos de los vampiros o de los muertos vivientes. Aunque puede que no tuviese ni nombre siquiera. Era un juego eminentemente urbano. Se desarrollaba en la calle, entre la gente y los pocos coches que había. Con los mayores realizando su vida cotidiana y nosotros entre ellos como si no reparasen en nosotros.
Un enorme grupo de chicos y chicas, casi todos los del barrio, además de los que venían en verano. Chicos que durante el resto del año vivían en enormes ciudades, lejanas y desconocidas. En verano venían a la mezcla de pueblo y pequeña ciudad que era donde vivíamos.
El juego lo iniciaba uno solo de nosotros o como mucho dos, que eran los muertos primeros. Debían perseguir a todos los demás entre el devenir de la gente en la calle, las terrazas de los bares, los coches estacionados, subiendo y bajando las escaleras de los portales, corriendo entre las calles. Conforme iban alcanzando a cada uno de los demás chicos, el alcanzado se convertía en muerto viviente y comenzaba a perseguir. Simple pero efectivo. La emoción y la diversión crecían conforme el grupo de muertos vivientes aumentaba hasta llegar a ser minoría los no muertos. Qué emoción cuando quedábamos sólo dos o tres, y entre ellos conseguías quedar tú, con el chico ese que tanto te gustaba. Atracción infantil, inocente, temerosa pero nítidamente imperecedera; que aún hoy casi recuerdo.
Jugamos supongo que unas cuantas tardes, tres o cuatro, no más. Nos cansaríamos y cambiaríamos de juego aunque no de compañeros. Otra vez la infantil inquietud por experimentar constantemente con las cosas. La impaciencia de unos niños que son incapaces de mantener durante largo rato la atención y el interés en una única cosa.
Recordando mi niñez, comprendo a los niños con los que hoy me relaciono. Cambiar de actividad, recurrir a todas las posibilidades formativas y de aprendizaje que tenemos a nuestro alcance; supone mantener viva la llama del interés por aprender. Incluso si estamos solos, y ya no somos tan niños, también nos apetece cambiar a menudo de actividad; diversificar las formas de fijar los conocimientos. En cualquier momento recurrir al vídeo que me trae la explicación oportuna, sea la hora que sea, en primavera o en verano.